
Paseando entre la casas de un pueblo costero, con un urbanismo demencial, como en casi todas partes, en donde conviven edificios de antaño, que revelan su tradición pesquera, con moles horribles de viviendas construidas en cualquier hueco y de cualquier manera. Un urbanismo sin planificación, con mucho «feísmo», en donde el verde, los árboles no existen. En ese escenario me he encontrado con el buzón atípico de la imagen que acompaña a este texto.
Tirando de la memoria, me he acordado, de hace 55 años, cuando era niño y el cartero repartía las cartas en aquellas casas de protección oficial construidas por el Ministerio de la Vivienda franquista, con su placa falangista con el yugo y las flechas en la entrada de cada portal. Casas modestas de cuatro alturas con ocho viviendas.
El cartero llegaba todos los días laborales a la mismas hora, uniformado de gris con una gorra de militar y cargado con una especie de mochila grande y pesada de cuero, con correas para evitar que se cayeran las cartas y que llevaba en bandolera. Como en esa época, años 60, no había buzones, cuando tenías carta, entraba en el portal, tampoco había porteros electrónicos, utilizaba un silbato como los árbitros de futbol, que soplaba con fuerza y después gritaba el apellido del titular de la familia, esperando a que alguien bajara a recoger la correspondencia.
Las cartas con esos requisitos del nombre del destinatario, domicilio, remitente y los imprescindibles sellos con el importe en función de la distancia y el peso, se compraban en los Estancos. Los sellos eran un elemento de coleccionistas que se valoraban mucho y más si eran extranjeros. Se compraban en los Estancos, que en esos tiempos se adjudicaban preferentemente a personas con discapacidad, viudas, huérfanos, militares retirados, etc. A pesar de faltar algún dato del titular en las cartas, en ocasiones, Correos era como el CNI y conseguía adivinar el destinatario y entregar la correspondencia.
Las cartas, en la mayoría de los casos eran de familiares que vivían en otras ciudades y que mantenían correspondencia un par de veces al año, salvo que hubiera una desgracia, en cuyo caso se utilizaba el teléfono fijo y luego las condolencias por escrito que era más suave de expresar. Tampoco solía haber muchas cartas salvo en Navidades en que llegaban bastantes postales navideñas. El cartero, que no debía de tener unos grandes ingresos, sabía que esas fecha era la oportunidad de sacar el aguinaldo, por lo que subía las cartas a la casa en fecha próxima a la Nochebuena. Para la mayoría de las familias era una tradición darle algo y mejor mantenerla, por si acaso. Ese era el sistema del servicio de Correos en esa época.
Con los años siguieron los carteros, pero poco a poco todo fue cambiando. Se pusieron los buzones y se instalaron los modernos porteros electrónicos para que no entrara gente ajena a las viviendas. Su método de trabajo cambió, como todo. Se acabaron también los aguinaldos y poco a poco también el repartir las cartas andando y con la mochila a cuestas. Las motos, los coches, la modernidad y la contaminación se fueron imponiendo, era el avance de la sociedad. El coche para cualquiera era un signo de distinción social y de avance para una empresa moderna como Correos.
Y de aquellos servicios de reparto de correspondencia, ahora no queda apenas ni rastro. De vez en cuando llega una carta normal o carta certificada de algún organismo oficial. Los buzones actuales son más bien de adorno y solo sirven para la publicidad, aunque tampoco, ya que hay un buzón externo para dicho cometido a la entrada de portal.
El servicio estatal de Correos se ha adaptado a los tiempos modernos. Estamos en el siglo XXI, en un mundo global para todo, el de las denominadas nuevas tecnologías. Ahora hay muchas empresas de reparto, pero de paquetes, de muchos productos adquiridos por Internet que vienen de cualquier parte del mundo. Cientos de empresas de mensajería y vehículos moviéndose por las ciudades, por los pueblos, hasta el rincón más lejano. Paquetes que llegan en 24 horas, cada vez más rápido. Repartidos por trabajadores y trabajadoras estresados, que te llevan a casa lo que sea y si no estás no hay problema, con el teléfono móvil estás localizado. No hay que perder tiempo, hay que cumplir los objetivos de la empresas. ¿Y Correros?, aquel Correos de aquel cartero de antaño, también se ha adaptado a los tiempos actuales, al mismo juego.
¿Y las cartas tradicionales para comunicarse la gente? pues tampoco se lleva eso. Ahora con Internet, con App’s como el Whatsapp o Telegram, mensajería instantánea, todo solucionado y a la velocidad de la luz. El correo electrónico, pues también va cayendo, a pesar de ser digital. Las cartas a mano y metidas en un sobre ya no tienen destinatario, están muertas.
Y del buzón atípico de una calle cualquiera, el de la foto, el buzón del número 82B, ¿no se para que servirá? No creo que llegue ninguna carta de ningún cartero, pero para la foto ha venido bien.
Deja una respuesta